Podría decirse que existimos dentro de una vida multicolor, todos los colores nos rodean. Podemos contemplar el azul del mar, los verdes campos, las puestas de sol anaranjadas, viajamos en coches de colores, hasta las carreteras están plagadas de señales de colores junto con sus semáforos rojos, verdes y ámbar.
Todo lo que nos rodea es de colores, ahora en navidad predomina el rojo, el plateado, el dorado y eso nos despista, hace que se nos olvide que las sombras nos acechan, que esos colores poco definidos de una neblina, esos entre grises y oscuros, esos ríos negros, nos pueden envolver y cubrir todos los colores de nuestra vida.
A veces no actúan de forma directa sobre los colores de tu existencia, pero sí cubren una parte con el negro que lo inunda todo.
Es entonces cuando esa oscuridad se apodera lentamente de la vida de una madre, de un hermano, de un amigo e irremediablemente hace que la cifra de colores que te recubre baje considerablemente. Es probable que con el tiempo algunos colores vayan recuperando poco a poco su color original, aunque nunca volverán a brillar como antes de ser invadidos por el maestro oscuro.
Pero sin duda una vez que la sombra te ha tocado con sus escurridizos dedos, una parte se quedara contigo y entre todos tus colores siempre habrá uno indefinido que te haga sentir un vacío.
La muerte es despiadada y aunque tratemos de huir de ella desesperadamente, muchas veces nos alcanza con sus tentáculos y nos conmina a un cierto letargo oscuro, del que solo podremos salir luchando por conservar todos nuestros colores.